La toxina botulínica actúa sobre los músculos de la cara que están unidos a la piel y producen los gestos faciales como fruncir el ceño para mostrar enojo, arrugar la frente cuando nos sorprendemos y arrugar los ojos cuando reímos. La aplicación de esta sustancia se realiza dentro de estos músculos, limitando su funcionalidad, y mejorando de esta forma las líneas de expresión.

El efecto de la toxina no es permanente. Su acción es evidente desde los primeros días y rara vez dura más de 9 o 12 meses. La toxina botulínica no causa dependencia: la aplicación seriada se debe a su efecto limitado en el tiempo, pero es exótico que se produzcan efectos nocivos permanentes tras una buena aplicación.

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